Lo que somos - Capítulo 24

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Al final de la noche, Alexandra se quedó dormida por su agotamiento. Aurora se pasó cerca de media hora mirándola —aún en conflicto por lo que debía hacer— antes de suspirar, acostarla en el sofá, levantarse e irse a su propia cama a descansar y a despejar su mente. Durmió por unas cinco horas, antes de despertarse de golpe por una de sus pesadillas —que claro, tuvieron que involucrar a Nacha—.

Su cabeza le dolía por las cervezas y el estrés del día anterior. Su cuerpo se sentía pesado. Su pecho parecía estar hundido, de tanta presión que tenía sobre él.

Enfermiza, ella se sentó sobre su colchón. Creyó que después de reposar y volver a su sobriedad, la compasión que había recobrado por Alexandra se perdería. Pero ahora reconocía que se había equivocado. Aún no se arrepentía de haberla traído a su casa. No sabía exactamente cómo debería sentirse a su respecto, pero... la perdonaba. Con cierta molestia, pero lo hacía.

Con dificultad se levantó a sus pies. Caminó a la sala y vio que Giovanni estaba desayunando.

—Hola... —Bostezó—. ¿Y Alex?

—Se fue a su universidad. Tenía una carrera de atletismo hoy por la mañana. Pero te dejó su número de celular nuevo, y una nota —El muchacho se inclinó adelante en la mesa, recogió un pedazo de papel doblado, y se lo pasó a su mejor amiga.

Aurora abrió el mensaje y se puso a leerlo, mientras se sentaba en el sofá y Giovanni seguía comiendo su cereal.

"Primero que todo, perdón por irme sin decirte adiós. Pero estabas durmiendo tan profundamente que despertarte se sintió una ofensa a tu paz, así que no lo hice... Mereces descansar.

Segundo... Rory... Yo no tengo cómo agradecerte por tu empatía y tu cariño ayer. Aún siento que no me lo merecí. Aún siento que no me lo merezco, punto.

En mi momento más oscuro, cuando la noche me estaba tragando y el desespero me estaba venciendo, tú te volviste el más brillante rayo de sol que nunca esperé volver a ver. Iluminaste a la oscuridad y me trajiste de vuelta la razón. Así que, aunque sea insuficiente el decirlo, gracias.

No espero nada más de ti. Ya has sido lo suficientemente maravillosa. Pero si quieres hablar más conmigo, y si tu opinión sobre perdonarme no ha cambiado, te dejo mi número con Giovanni.

No puedo disculparme lo suficiente por todo el dolor que te causé. Y sé que no existe ninguna justificación para ello.

Solo quiero dejarlo claro más una vez, porque debo: Yo nunca te dejé de amar. Y nunca lo haré.

PD: Me fijé en la alfombra persa de la sala recién. Te dije que un día tendrías una, ¿no?"

Al terminar de deslizar sus ojos por la página, Aurora se sintió conmovida. La presión en su pecho empeoró, su visión se desenfocó, sus labios temblaron... su corazón se estrujó. A la vez, más abajo, una rabia mezquina revolvió a sus tripas. Las emociones más nefastas que tenía lucharon a muerte con las más puras. Su confusión empeoró.

Ella entendía, lógicamente, todas las razones que llevaron a Alexandra a tomar la decisión de abandonarla. El temor a ser sacada del armario, a perder su beca, a perder el amor de sus padres, a arrastrar a la artista junto en su caída a la desgracia, era inmenso y demasiado poderoso para ser vencido, en especial a una edad tan joven como la que ella tenía.

Pero, al mismo tiempo... el dolor de aquella decepción la seguía atormentando. Todas las alternativas que podrían haber explorado, en vez de aceptar su derrota ante la señora de la Cuadra, también. Y el "que podría haber sido" se burlaba con una sonrisa cruel de "lo que fue".

Además, estaba la venenosa mujer en cuestión... La verdadera villana de su historia.

—¿Rory? —Giovanni la llamó, al notar su expresión devastada—. ¿Estás bien?

—¿Qué harías tú en mi lugar? —la muchacha le preguntó de vuelta, ignorando su aprensión—. Porque yo no sé... No sé qué hacer.

—¿Yo?... —Él bajó su cuchara—. Considerando lo mucho que ambas sufrieron, creo que intentaría ponerle un fin a esta riña. Porque francamente, es ridícula.

—No me digas eso.

—Simplificala y verás que lo es.

—¿Simplificarla?

—Ella te ama —el fotógrafo afirmó con total seguridad—. Está caída de rodillas por ti, a años. Pero ¿Y tú? ¿Aún la amas?

Aurora respiró hondo.

—El amor no es simple.

—¿No? —Él hizo una mueca un tanto cuanto desdeñosa—. Dime, ayer cuando la viste en ese puente, lista para lanzarse, ¿qué te hizo frenarla?

—¿Ser una persona con sentimientos y moral, tal vez?

—Ya, pero ¿y al reconocer quién era?... ¿Al saber quién ella era y lo que te hizo? ¿Habrá sido solo por tu moral que la detuviste? ¿O por el amor aún que sientes hacia ella, pese a todo lo que sucedió entre ambas?

—Gio...

—¿Por qué la trajiste aquí? ¿Hm? ¿Por qué te quedaste sentada a su lado ayer, viéndola dormir, por tantos minutos? Te vi, eh... No creas que no lo hice. ¿Por qué te emocionaste por una simple carta suya ahora? ¿Por qué estás teniendo un conflicto tan grande sobre si olvidarla o no? ¿Por qué siempre lo has tenido?...

Las preguntas de su mejor amigo la desorientaron aún más. Corrió la lengua por el interior de su boca, molesta, y sintiéndose atrapada por sus indagaciones.

—Ella ya me hirió demasiado.

—Lo sé. Pero tú también sabes que de la última vez no hizo por querer verte sufrir... Alex sacrificó la relación, que era la única cosa de bueno que tenía en su vida más allá de su abuela, para que tú no fueras sacada del armario a la fuerza. Porque recuerda, su madre lo hubiera hecho. Hubiera llamado a tus padres y te hubiera expuesto ante ellos sin piedad. Esa mujer estaba loca.

—Sí... eso es cierto. Y cuanto más lo pienso, más odio a esa vieja desgraciada.

—Deberías —Él asintió—. Pero volviendo a Alex... ya no le tires más piedras, ¿dale?... En especial porque sabes que ella está a su límite. Ahora lo que necesita es de apoyo, de tu apoyo. Porque su abuela está enferma, su padre la está tratando como a una extraña, su madre ya no le habla y... pues, su vida se ha vuelto muy complicada. Más de lo que te imaginas.

Aurora nuevamente se quedó quieta, por saber que Giovanni estaba en lo correcto. Asintió, presionó sus labios en una línea recta y se tragó sus palabras con una mueca amarga.

—Entonces...

—¿Hm?

—¿Ella ya te habló sobre la situación de la señora Martina?

—Sí. Hoy por la mañana, mientras desayunábamos. O sea, yo ya sabía que la señora estaba hospitalizada, pero no sobre la dificultad de Alex de pagar sus cuentas... Ella también me mencionó tu idea de que nosotros la ayudemos con eso, y por mi parte estaría más que feliz de hacerlo. La señora Martina es un amor y, como dije, Alexandra necesita de nuestro apoyo por ahora. Si podemos darlo, no veo el mal en ello.

—Yo también quiero ayudarla —la artista respondió, levantándose del sofá para caminar a la cocina—. Solo necesitaba de tu aval para que lo hiciéramos en equipo.

—Pues lo tienes.

—Deberíamos ir a visitar a la señora también, si Alex nos deja. Hablaré con ella y veré qué dice... Tienes su número, ¿cierto?

Giovanni, con una sonrisa diminuta, asintió.

—Lo tengo.

—Pásamelo entonces. Así aprovecho y le escribo de una vez.

Él sabía que su mejor amiga no le estaba pidiendo el número apenas por eso. Y Aurora también sabía que este era el caso. Pero ambos decidieron no molestarse al respecto, por ahora.

—Avísame cuando Alex conteste.

—Lo haré, Gio. No te preocupes.

—Y recuerda...

—No seré cruel con ella —La artista lo calmó—. Al menos no intencionalmente.

—Promételo.

Aurora respiró hondo, giró los ojos y contestó:

—Lo prometo.



Alexandra, pese a no querer hacerlo, tuvo que abandonar el hogar de su ex novia bien temprano por la mañana, sin despedirse de ella.

Salió de allá así que el metro abrió y con apuro se fue a su propio departamento, a recoger su bolso deportivo y su mochila. Ahí se dio una ducha rápida, se hizo un batido de frutas, lo bebió con un par de tragadas, y viajó derecho a su universidad. Tenía una competición de atletismo contra el equipo de una universidad vecina a las nueve de la mañana. Después, una prueba de biogeografía a las diez y media. No podía llegar tarde.

Corrió en la pista del estadio Centurión como loca, haciendo su mejor esfuerzo para ganar la carrera. Llegó en primer lugar y no tuvo tiempo de celebrar. Se fue a clases, sintiéndose exhausta, y terminó su examen con la confianza de que lo lograría pasar, pese a su agotamiento. Enseguida, tuvo una pestaña de descanso. No pudo usarla para tomar una siesta. Tuvo que estudiar para otro examen.

Fue justo en este momento cuando su entrenadora —la señora Anna Paez—, la ubicó sentada en la biblioteca, rodeada de destacadores, libros y cuadernos, y se acercó a charlar con ella.

—¡Al fin te encuentro!

¿Jefa? —la muchacha la llamó por el apodo que le habían dado ella y sus compañeras de equipo—. ¿Qué pasó? ¿Por qué tan apurada?...

—¡Tengo excelentes noticias que darte!

—¿Noticias?...

—¡Revisé tu ranking mundial y las nuevas reglas de los Panamericanos! ¡Y estás calificando!

La atleta dejó al lápiz que sostenía caerse de su mano.

—¿Qué?

—¡Puedes ir a los Panamericanos!

Alexandra sonrió por un segundo, hasta que la realidad de su situación le pegó con toda su fuerza.

—Puedo, pero... no voy a ir.

—¿Qué? ¿Por qué?

—No tengo el dinero —Se encogió de hombros y puso de lado su decepción—. Y ayer, para empeorar la situación, me echaron de mi trabajo. Así que tengo cero oportunidad...

—Si necesitas uno con urgencia, mi marido tiene un supermercado en el centro de la ciudad. Puedo conseguirte un puesto como cajera o reponedora —la mujer la cortó, sin perder su optimismo—. Además, te puedo ayudar con los patrocinadores. No es imposible que vayas a los Panamericanos, solo necesitarás planearlo bien...

—No lo sé, jefa...

—Alex, un talento como el tuyo no se desperdicia —la entrenadora insistió—. Déjame ayudarte. Tú sigue estudiando, sigue corriendo, y yo me encargo de hacerte llegar a los juegos. ¿Dale?

La rubia no le tenía demasiada esperanza, pero asintió, apreciando su apoyo. En especial considerando el hecho de que la mayoría de los empleados de su universidad se sentían repugnados por su presencia desde su ruptura con Álvaro, y posterior salida del armario.

Ay... maldito fuera ese día en el que todo se vino abajo.

Ella detestaba pensar sobre él, porque la situación había sido un caos, de inicio a fin. ¿Y lo peor? Había sucedido todo tan rápido, que controlar el daño colateral fue casi imposible.

Todo pasó porque —luego de años de abusos, de manipulación y de toxicidad— Alexandra se hartó de los abusos de su novio e hizo una publicación gigante en sus redes sociales, denunciándolo al frente de todos sus amigos y parientes. Su post tomó tracción y su madre lo acabó viendo.

Para castigarla por su supuesta "rebeldía" la señora de la Cuadra se tomó el tiempo de viajar al campus de la URI, y de sentarse durante una hora completa con el rector, a tergiversar las palabras de la atleta y exponer su previa relación con Aurora —que nada tenía que ver con sus recientes motivos para separarse de Álvaro—. ¿La única intención de Natasha al hacerlo? Lograr que Alexandra perdiera su beca deportiva y volviera a su amparo de rodillas.

Por suerte, la maldad de la mujer fue infructífera y su meta jamás fue alcanzada. Porque el rector en sí, aunque en desacuerdo con las "tendencias" de la joven —como así él mismo lo declaró—, legalmente no tenía motivos para removerla de su carrera o quitarle la beca. Alexandra, de hecho, era una de las mejores atletas que tenían. No la perderían, ni el prestigio que le traía a la institución, por lo que hacía en su vida privada.

Sus preferencias son un asunto de ella —el hombre le dijo a la señora de la Cuadra, quién dejó su sala en seguida, casi espumando de rabia.

Sin embargo, aunque Natasha no logró lo que quería, sí hizo un daño significativo a la vida de su hija. Tanto los funcionarios de la URI como algunos de sus alumnos la pasaron a detestar. Y desde entonces la única persona en la que ella sabía podía confiar era en su entrenadora, su "jefa".

—¡Y tengo un compromiso ahora! ¡Me tengo que ir! —La mujer en cuestión se asombró al ver la hora en su reloj—. Pero piensa en lo que dije. Solo te estaba buscando por eso.

—Lo haré.

—Ah, y no te mates estudiando, ¿dale? Sé que tienes que mantener tus notas altas por tu beca, pero también mereces divertirte. Deberías juntarte con alguien hoy después de clases y celebrar. No es todos los días que descubres que puedes entrar a los Panamericanos, ¿no?

—Me juntaré con mi abuela, en el hospital. Ese es el panorama.

—¿Aún no le dan de alta?

—No... —Alexandra sacudió la cabeza—. Creo que le tendrán que poner un marcapasos, pero por su edad los médicos están un poco reticentes a hacerlo.

—Estaré rezando por su rápida recuperación.

—Gracias, jefa.

—Mantenme informada si algo cambia, o si necesitas de ayuda, ¿dale?

—Lo haré... y gracias. De nuevo.

Su entrenadora le dio unas palmaditas en la espalda y le sonrió con compasión, antes de dejarla a solas, a pensar y estudiar. Así que ella se fue, Alexandra soltó un exhalo angustiado. Tenía demasiados problemas a los que resolver, y ahora esto...

Quería estar feliz, de verdad, pero no podía. Ir a los Panamericanos sería exorbitantemente caro. Y su abuela necesitaba de todo el dinero del mundo ahora. Sin hablar de lo mucho que tendría que entrenar, del tiempo que pasaría lejos de casa, y de todas las otras responsabilidades a las que no podría atender por estar ocupada con su preparación física y mental.

Era lindo soñar... pero la realidad no le favorecía. Y ella debía mantener sus pies en la tierra.

Volvió a concentrarse en su libro de biología marina, ignorando sus ganas de llorar. Pero no logró terminar de leer el párrafo en el que estaba; su celular vibró.


"¿Estás ocupada?"

Un número desconocido le escribió.

"Soy Aurora, por si acaso..."


Al leer el nombre, su corazón se saltó un latido. Ella pasó de extremadamente triste y desmotivada a contenta y esperanzada, en un pestañeo. Abrió el chat y contestó:


"Tengo un break hasta las una y media.

Después solo me desocupo a las cuatro."


"Ah, dale. 

Pasaré a buscarte a la estación de metro más cercana a las cuatro y quince entonces

¿te parece?"


"¿Vendrás en persona?"


"¿Algún problema?"


"No, para nada

Solo...

Me sorprendí.

Solo eso.

La estación más cercana es la Diego Borges

Para que sepas."


"Lo sé.

El instituto Gentileschi solo queda a una estación de distancia de tu U.

Ya te vi en el metro varias veces.

Pero... no me podía acercar.

Ya sabes por qué."


"Lo sé."


Alexandra pensó que la conversación terminaría así, con esta respuesta corta, melancólica, y frustrante...

Pero no. Aurora siguió hablando:


"¿No me vas a preguntar adónde vamos?"


"No.

Confío en ti.

Sorpréndeme."


Y la atleta no mentía al decir estas palabras.

De hecho, aparte de su abuela, no había nadie más en el mundo en quien pudiera confiar tanto.

Una pena que, por acciones propias, lo contrario no pudiera ser dicho.


---


Cuando sus clases terminaron, Alexandra recogió sus cosas con apuro, ignoró los comentarios crueles que escuchó en su periferia respecto a su persona, y se marchó a la estación de metro, sintiéndose más liviana de lo que había estado en todo el día.

Eso sí, antes de irse pasó por el baño de su piso —tanto para vaciarse la vejiga, que estaba que explotaba, como para arreglarse un poco la apariencia—.

Si bien ya no tenía el cabello del mismo tamaño que en la secundaria —ahora lo llevaba a la altura de los hombros—, el mismo aún era bastante voluminoso y tendía a inflarse con el calor. Así que lo peinó, lo ató en una media cola de caballo, y le pasó un poco de agua, a ver si la situación mejoraba un poco.

También se perfumó, se pasó más desodorante, y se quitó de encima su sudadera, porque las temperaturas estaban altas y ella estaba que se derretía. Así, sus brazos musculosos quedaron a vista, junto a un tatuaje que se había hecho después de su ruptura con Álvaro.

Ella tenía algunas viejas cicatrices en la cima del izquierdo, a las que siempre quiso algún día tapar. Al separarse supo que el momento de hacerlo había llegado. Usando un poco de dinero que venía ahorrando para ello, se hizo dos peces melanotaénidos —en algunos lugares llamados "peces arcoíris"— nadando uno alrededor del otro. La simbología era bastante simple. El pez representaba a su cristianismo, su fe y su religiosidad. Los colores, su sexualidad. Y aunque gente como su madre tendría un infarto al descubrir de lo que se trataban, ella estaba bastante satisfecha y feliz con el resultado final. Porque mirarlo le daba fuerzas. Y últimamente, eso era lo que más necesitaba.

—Okay, Alex... —se murmuró a sí misma en voz baja—. Pues hacerlo. Vamos.

Se puso sus audífonos en la cabeza. Salió del baño, cargando sus cosas, con su sudadera atada de la cintura, e hizo su camino a la estación.

Mientras caminaba, la canción favorita de Abaddon de Aurora comenzó a tocar en sus oídos: "Midnight Moonlight". Por el hecho de que había puesto su playlist en aleatorio antes de dejar su campus atrás, supo que aquello debía ser un presagio de buena suerte. O al menos, le rogaba a Dios que lo fuera. Ella ya no soportaba más su tristeza y necesitaba de una buena cosa en su vida, con desespero.

Al llegar a su lugar de encuentro, lleno de estudiantes de tres distintas universidades en sus cercanías, ella apartó la parte derecha de su headset de su oreja y miró alrededor, buscando con ansias a Aurora.

La encontró de pie cerca de un vendedor de limonada, comprándose un vaso para soportar el sofocante calor veraniego.

Llevaba puesto unos ripped jeans claros, botines de cuero a lo Doc Martens, y una camisa blanca con mangas rojas, cortas. También tenía una chaqueta corta-vientos colorida atada a la cintura, una pulsera con tachuelas en el brazo derecho, y una mochila negra en la espalda. Su cabello negro estaba preso en un tomate, con un lápiz manteniéndolo en su lugar —y eso le permitió a la atleta ver algo que no había notado antes: ella se había hecho un undercut—.

Darse cuenta de este último hecho logró freír aún más al cerebro de la rubia. Siempre había encontrado a la chica bellísima, pero ahora, con ese nuevo corte... era una puta obra maestra, tallada por los mismísimos ángeles. Eso, o había sido bendecida por Afrodita. Porque Dios santo...

—¡Ahí estás! —Aurora exclamó, pasándole unas notas verdes al vendedor—. ¿Quieres una limonada?

—Eh...

—También vende jugos, si te gustan más.

Alexandra tragó saliva.

—Jugo.

—¿De naranja?

—Mango —Espabiló, sacudiendo la cabeza y acercándose al negocio—. Si es que le quedan.

—¡Para usted, claro que me quedan! —El ambulante le sonrió; ya la conocía muy bien, de tanto que le compraba bebidas al salir de clases—. Pensé que no pasaría por aquí hoy. Generalmente usted viene más temprano.

—Tuve pruebas por la tarde —Ella suspiró, cansada.

—Tome —Aurora le pasó más dinero al sujeto.

—No, yo pago...

—Yo invito —la artista insistió—. Aprovecha.

La rubia se calló después de esto. Le sonrió al vendedor, agradecida, le dijo adiós con educación, y siguió a Aurora al interior de la llenísima estación de metro. Usando su pase universitario para pagar menos en su pasaje, las dos atravesaron los tornos de acceso e ingresaron al andén, casi rebosando de gente. Ahí, la morena se deshizo el tomate del cabello, por alguna razón que Alexandra no comprendió.

Aunque tampoco reclamaría. Se veía igual de hermosa con el pelo suelto.

—¿Adónde vamos?

—¿No querías que te sorprendiera?

—Sí, pero... estoy curiosa.

Aurora le sonrió.

—Al parque Cleveland, para que podamos charlar en paz.

—Ya oí hablar sobre él, pero nunca fui...

—Queda a cuatro estaciones de aquí, en sentido a Los Valdés. Podíamos ir caminando, pero dudo que tus piernas lo agradecerían, después del día larguísimo que tuviste hoy. Tuviste una carrera por la mañana, ¿no? Giovanni me habló sobre ello.

—Sí... Y realmente no estoy en condiciones de caminar tanto, así que gracias por la consideración —La rubia paró de hablar así que su tren llegó.

Las muchachas se metieron al mismo caminando a paso de pingüino. Por lo repleto que estaba su vagón, Alexandra terminó prensada contra la puerta de vidrio, con la mano de Aurora apoyada al lado de su cabeza, y sus pechos tocándose.

Nada romántico, considerando el calor infernal de adentro, los otros estudiantes atascados a su alrededor como sardinas en una lata de atún, y el olor a sudor y a ropa mojada que impregnaba el aire. La falta de espacio fue tanta, de hecho, que solo pudieron volver a tomar sorbos de sus bebidas cuando llegaron a la estación Cleveland, donde estaba ubicado el parque mencionado por Aurora.

Al estar cerca del "centro técnico-universitario" de la capital, donde un montón de dichas instituciones educativas estaban ubicadas, el espacio era frecuentado en su mayoría por estudiantes y profesores. De hecho, gran parte de las exposiciones de arte realizadas por el instituto Gentilischi tomaban lugar ahí, en una galería de cemento construida en el centro del parque, en conjunto con la municipalidad. Al frente de la misma existía un estanque lleno de nenúfares, rodeado por postes que sostenían guirnaldas de luces. Las lámparas solo se prendían durante la noche, pero Alexandra no dudaba que la vista debía ser preciosa. En especial porque durante la tarde el lugar ya era un paraíso.

—Te quiero mostrar algo, antes de que nos sentemos a conversar —Aurora dijo, con un tono que denotaba cierto nerviosismo—. Tuve un debate interno súper grande durante la mañana, porque no sabía si debía hacerlo o no, pero... —Respiró hondo—. Llegué a la conclusión de que debo ser sincera. Mentir no nos llevará a nada.

—¿De qué hablas?

Ella soltó un exhalo largo.

—Solo sígueme.

Las dos a seguir cruzaron la puerta de vidrio de la galería —que cobraba una entrada relativamente barata a sus visitantes, en especial a estudiantes—. Aurora, por ser artista, no tuvo que entregar una sola moneda para entrar, pero sí se encargó de cubrir el gasto sorpresa de su acompañante. Con sus tickets de ingreso en la mano, las dos se movieron por la planta baja con pasos rápidos, sin hablarse. Eso es, hasta que llegaron a una pared especial, al oeste de la construcción, donde una de las pinturas de la morena había sido colgada.

Y su única musa, sentada en el centro de la obra usando una túnica romana y brazaletes dorados, era la propia Alexandra.

—Tú...

—Me pasé tres meses pintando esto, mientras iba a terapia e intentaba entender lo que sentía por ti. Fue una sugerencia de mi psicóloga. No pensé que terminaría exponiendo el cuadro, pero... —Lo señaló con la mano libre—. Aquí está.

Las dos ojearon la pintura por un momento. La rubia, absorta por lo que veía, sacudió la cabeza con incredulidad, mientras Aurora bebía sorbos de su limonada y se intentaba calmar. Por fuera, parecía estar tranquila y libre de cualquier ansiedad, pero por dentro, la historia era otra. Estaba aterrada de lo que estaba haciendo. No pensó que Alexandra llegaría a ver aquel trabajo en algún momento de su vida, y no quería que su reacción fuera una negativa —a pesar de creer, en la época de la creación de dicha obra, que su opinión no le importaba para nada—.

—Rory... esto te quedó absolutamente precioso. Y n-no lo digo solo porque soy yo a quien pintaste, claro... —la atleta comentó, aún incapaz de despegar sus ojos de la tela—. Pero... Y al final...

—¿Hm?

—¿Cuál fue tu conclusión? ¿Qué sientes?... —Hizo una pausa—. ¿Por mí?

—Yo... no llegué a una —Las dos se miraron—. Hasta ayer —Aurora admitió, para su propio asombro. Y una vez soltó dicha confesión, decidió que no podía parar. Tenía que dejar a todas las otras ir también, ahí mismo—. Alex... yo pasé años queriendo negarlo... queriendo detestarte, queriendo proteger a mi orgullo herido, pero la verdad, la dura y cruda verdad... es que tú no tuviste la culpa de nada. No realmente —Tragó en seco—. Eras joven, impulsiva, tenías miedo y con razón para ello... Y tu madre se aprovechó de tu temor.

—Yo no debí haber cedido.

—Ese fue tu equivoco, sí. Pero la adulta que te manipuló y que te acorraló contra una pared es a quién yo debería resentir, no a ti... Jamás a ti —Aurora agregó con un tono arrepentido—. Y ahora lo veo.

—Rory...

—Vayamos derecho al punto; tú ya sabes que te amo. Y ya sabes que te perdono. Así que... ¿No podemos solo ser felices, juntas? —la artista preguntó, sintiendo a sus ojos llenarse de lágrimas, pero viéndose incapaz de seguir embotellando y ocultando sus sentimientos—. Yo perdí a la Nacha; tú pasaste por un infierno inimaginable estando con ese bueno para nada de Álvaro... Las dos hemos sufrido lo suficiente durante estos últimos cuatro años apartadas. Así que, no p-podemos solo... no lo sé... ¿empezar de cero?...

—¿Quieres volver? —Alexandra indagó a seguir, con un susurro delicado—. ¿M-Me aceptarías de vuelta? ¿Así? ¿Tan rápido?

—Sabes que no podemos ser amigas... Ya estamos más allá de eso. Además, yo... siempre quise que regresaras. En el fondo de mi alma, incluso en mis días de furia, en los momentos en los que me juré nunca más volver a verte... yo nunca logré olvidarte. Nunca logré dejar de quererte. Y esa es la realidad, nunca lo haré —Aurora decidió abrir su pecho al medio y darle su corazón de una vez por todas, en vez de fingir que la intensidad e índole de sus emociones había cambiado desde su separación.

Y al hacerlo, no pudo evitar lagrimear un poco.

—E-Esto no puede estar pasando... —La rubia infló su pecho con un inhalo enorme, en un fútil intento de calmarse—. No p-puede ser real...

—Si no es eso lo que quieres, yo lo entiendo, pero...

—¡NO! —Alexandra exclamó, exasperada—. ¡Nunca quise separarme de ti! ¡Lo hice porque sentía que no tenía otra opción! ¡Pero yo también te amo!... Y lo siento... —Se volteó hacia la morena, con sus ojos verdes recuperando el brillo por años perdido—. ¡Lo s-siento por haber sido una c-cobarde y por haber llevado a hacer lo que hiciste!...

—Rompiste conmigo para proteger tu seguridad y la mía. No fuiste una cobarde —Aurora la interrumpió—. Y no tienes la culpa por mi intento de suicidio... Yo ya lo estaba planeando a meses, antes mismo de que nos volviéramos amigas. Fue inevitable.

—¿No estás jugando conmigo, o sí? Porque si lo haces...

—No —Aurora dio un paso adelante—. Yo te quiero de vuelta... Si tú me quieres de vuelta, eso es.

—¡Sí!... ¡SÍ!...

Sabiendo que Alexandra no llevaría la delantera de esta vez, por reconocer lo mucho que ya la había herido, la artista determinó que quién tendría que hacerlo era ella. Así que tragó en seco, respiró hondo y la miró a los ojos, buscando algún vestigio de maldad en ellos. Alguna pizca de deslealtad, algún deseo de burla...

Pero no encontró nada. Solo una pasión desesperada, angustiada, que se veía y sentía igual a la suya.

Su existencia fue lo que convenció a Aurora a soltar las migas de su prudencia y permitir que las mismas fueran consumidas por su hambrienta añoranza.

Así que se volvió a lanzar de cabeza al abismo de su amor. Se volvió a zambullir en las mareas violentas de su deseo. Y una vez más, se dejó hundir en las profundidades de su atracción. No se resistió. No luchó contra lo que sentía. Apenas permitió que las corrientes la tragaran, e hicieran de ella lo que quisieran.

Dio otro paso adelante, llevó su mano libre al rostro de Alexandra y la besó, al día de haberla reencontrado.

La besó como si quisiera hacerla entender lo mucho que la había extrañado durante aquellos cuatro malditos años que pasaron separadas. Con fervor, con energía, con un entusiasmo juvenil que a tiempos no sentía.

Y la rubia, pensando que jamás volvería a probar la dulzura de sus labios, se derritió como miel en su boca.

Algunas personas las miraron con cierta sorpresa. Otras, con cierta repugna. Pero ninguna se importó por nada. El importarse en exceso por la opinión ajena era lo que las había separado en primer lugar. No repetirían el mismo error dos veces.

—Dios, como te había extrañado —Alexandra confesó con palabras entrecortadas por su aliento.

—Qué bueno que ya no nos tendremos que extrañar más, ¿cierto? —Aurora sonrió de a poco, y su felicidad solo aumentó al sentir los dedos de la atleta tomar a los suyos.

—Sí —La rubia llevó su palma a su boca y la besó—. Porque ya no soportaba más mi vida sin ti.

—Si sigues diciendo cosas así me harás llorar... y llorar de verdad, onda sollozos feos incluidos.

—Pues hazlo. Suéltalo todo —Alex le sonrió de vuelta, al ya haberse entregado a las lágrimas—. Las dos lo necesitamos, después del infierno por el que pasamos.

—Bueno, sí —La artista soltó una risa húmeda—. Pero... ya no quiero más tristeza.... Que el tiempo del llanto se quede atrás; yo ahora solo quiero reír. Y quiero hacerlo contigo. ¿Dale?...

Así que ella terminó de hablar, la atleta se inclinó adelante y apoyó su cabeza en su hombro. Con una mano aun sujetando su limonada, y la otra siendo sostenida por la rubia, Aurora soltó pudo hacer una cosa para responder al gesto: Besar el costado de su cabeza y quedarse en silencio mientras Alexandra se recomponía.

Cuando ambas se sentían un poco mejor, decidieron dar un paseo por la pequeña galería y ver las otras obras del instituto Gentileschi. Sus palmas no se abandonaron en ningún momento. Entre aquel valioso momento que vivieron y una charla larga, dura, que necesitaban tener para comprender mejor sus sentimientos, decidieron tomar una pausa para observar al arte a su alrededor y hablar sobre cosas ajenas así, más superficiales y académicas que sus complicados sentimientos.

Al terminar el recorrido, fueron afuera y se sentaron cerca del estanque. Aún no terminaban sus bebidas y eso fue maravilloso, porque el calor seguía siendo intenso, y ellas necesitarían de su frescor para no derretirse sobre el pasto.

Ahí, al fin, pudieron poner sus asuntos en orden.


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Nota de la autora: La canción que Alexandra estaba escuchando al salir de la universidad sí existe, por si acaso:

https://youtu.be/uWW_Hs2kpKw

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